La aventura de 5000 dólares y una carrera política
Y ahora es el "showtime" para la reacción internacional a la caída del ex gobernador de Nueva York, Eliot Spitzer. ¿En qué consiste, realmente, el daño objetivo a su sociedad o familia, de esa hora privada de Spitzer en un hotel de Washington DC?
Cayó porque el día 13 de febrero del 2008 acordó encontrarse con una mujer en privado. Alquiló una mujer para vivir con ella, durante una hora cotizada en cinco mil dólares. Una fugaz aventura entre un hombre y una mujer cuya posibilidad de disfrutarse biológicamente no estaba permitida por los cánones del pacto de convivencia social.
Esa hora de 5000 dólares (parece que fueron en total 8 las horas) le ha costado al hoy ex alcalde de Nueva York, una carrera política completa. ¿Qué daño causó que merezca tan grave castigo? Cabe preguntarse qué habrá contemplado en su mente conforme avanzaba hacia la consumación de la aventura.
Una aventura así requiere premeditación. Durante el tiempo de la premeditación, el actuante se autoriza a sí mismo el suceso. En el caso de un individuo macho que planea un encuentro privado de una hora con una hembra, el móvil es lo que en el diccionario está definido dentro del término "lujuria". Lujuria es un vocablo que implica acción punible, un vocablo peyorativo, negativo para referirse a las actividades relacionadas con lo que rodea al acto de inseminación humana.
¿Qué sucede en el interior de ese cuarto de hotel de gran lujo que hace que uno de los participantes en la acción sea lacerado públicamente, hasta el punto de destruirle la carrera política? El contenido de la respuesta a esta pregunta sería pura especulación (hoy hay confesión implícita de parte del macho participante), dado que la puerta cerrada implica privacidad en el sistema humano que hoy permea en el seno de todas las sociedades del planeta.
Sin embargo, como una imperfección más en nuestra poderosa especie, sólo tienes derecho a pasar tiempo privado (es decir, en un sitio en el que nadie puede oír o ver lo que sucede) con quien los cánones sociales implícitamente te lo permiten. Si pasas tiempo privado con otra persona, ésta debe de ser del mismo género (si eres de costumbres heterosexuales) o bien, del otro género, pero con un ejemplar evidentemente no concebible para actividades que rodeen al acto de la inseminación humana.
La regla implícita es casi: "abstente de pasar tiempo privado con algún ser compatible con lo atractivo para involucrarte en un acto de inseminación". También se puede leer: "evita el placer con emoción, que te hará sentir ganas de vivir". O sea, es aceptable todo lo que hagas que no tenga emociones profundas que involucran a otro, como la emoción que el ex alcalde de Nueva York, Spitzer, ha de haber sentido en todo el proceso que lo condujo a esa hora de cinco mil dólares.
Todos sabemos hoy que los encuentros para actividades en torno al acto de la inseminación humana, tienen como objetivo, en la casi totalidad de esos encuentros, el placer que se siente en todo el proceso. Pero siendo la especie hipócrita perfecta, insistimos en vivir bajo cánones de apariencias, en vez de agregar a nuestra colección de derechos humanos fundamentales, el simple derecho a la privacidad, siendo el delincuente el que hace público un hecho que no tiene consecuencias efectivas para la vida regular.
Quizás algún día descubramos que la hipócrita actitud que insistimos en conservar sólo es, hoy, en 2008, un artificial, inútil y estúpido obstáculo al gozo sano de este infinitamente improbable evento de "estar vivos".
El tiempo privado es algo que debe de quedar definido como un derecho humano básico a vivir esos momentos que no tienen consecuencias (esto es muy importante, porque lo que tiene consecuencias no es aceptable), momentos que al pasar, sólo quedan en la memoria de quienes los vivieron. El tiempo privado incluiría todo aquello que, al suceder, no influye en ningún derecho humano básico de terceros, como evidentemente lo fue la hora de cinco mil dólares del ex gobernador de Nueva York, Eliot Spitzer.
A este hombre sí es obligado el reclamarle su hipocrecía al basar el sustento moral de su campaña en una supuesta convicción con respecto a la "ética personal del político". Está claro que él no consideró jamás ético el involucrarse en un contrato para placer erótico, pero sí lo practicó. El tema importante, sin embargo, no es tanto el contrato para la diversión erótica o sensual con una pareja no aceptable dentro del sistema social, sino el derecho a la privacidad de actos ejecutados entre adultos conscientes que no dañarían a terceros a menos que se den a conocer públicamente. El mal aquí es el escándalo, que destruye o marca destructivamente para siempre a la esposa y a las hijas.
Si Spitzer, en su fuero interno desaprueba su acción pero deja que se vayan cuarenta mil dólares en ella, es un perfecto idiota y probablemente merezca que se haya producido el final de su carrera. Aquí el asunto es que probablemente millones de actos socialmente inaceptables se han de haber producido entre hombres y mujeres a lo largo de la historia de la especie. De esos, sólo ocasionaron mal alguno para los actores, los que fueron conocidos públicamente. Los que se mantuvieron en privado, como lo que realmente debieron haber sido todos, jamás perjudicaron a nadie.
Cayó porque el día 13 de febrero del 2008 acordó encontrarse con una mujer en privado. Alquiló una mujer para vivir con ella, durante una hora cotizada en cinco mil dólares. Una fugaz aventura entre un hombre y una mujer cuya posibilidad de disfrutarse biológicamente no estaba permitida por los cánones del pacto de convivencia social.
Esa hora de 5000 dólares (parece que fueron en total 8 las horas) le ha costado al hoy ex alcalde de Nueva York, una carrera política completa. ¿Qué daño causó que merezca tan grave castigo? Cabe preguntarse qué habrá contemplado en su mente conforme avanzaba hacia la consumación de la aventura.
Una aventura así requiere premeditación. Durante el tiempo de la premeditación, el actuante se autoriza a sí mismo el suceso. En el caso de un individuo macho que planea un encuentro privado de una hora con una hembra, el móvil es lo que en el diccionario está definido dentro del término "lujuria". Lujuria es un vocablo que implica acción punible, un vocablo peyorativo, negativo para referirse a las actividades relacionadas con lo que rodea al acto de inseminación humana.
¿Qué sucede en el interior de ese cuarto de hotel de gran lujo que hace que uno de los participantes en la acción sea lacerado públicamente, hasta el punto de destruirle la carrera política? El contenido de la respuesta a esta pregunta sería pura especulación (hoy hay confesión implícita de parte del macho participante), dado que la puerta cerrada implica privacidad en el sistema humano que hoy permea en el seno de todas las sociedades del planeta.
Sin embargo, como una imperfección más en nuestra poderosa especie, sólo tienes derecho a pasar tiempo privado (es decir, en un sitio en el que nadie puede oír o ver lo que sucede) con quien los cánones sociales implícitamente te lo permiten. Si pasas tiempo privado con otra persona, ésta debe de ser del mismo género (si eres de costumbres heterosexuales) o bien, del otro género, pero con un ejemplar evidentemente no concebible para actividades que rodeen al acto de la inseminación humana.
La regla implícita es casi: "abstente de pasar tiempo privado con algún ser compatible con lo atractivo para involucrarte en un acto de inseminación". También se puede leer: "evita el placer con emoción, que te hará sentir ganas de vivir". O sea, es aceptable todo lo que hagas que no tenga emociones profundas que involucran a otro, como la emoción que el ex alcalde de Nueva York, Spitzer, ha de haber sentido en todo el proceso que lo condujo a esa hora de cinco mil dólares.
Todos sabemos hoy que los encuentros para actividades en torno al acto de la inseminación humana, tienen como objetivo, en la casi totalidad de esos encuentros, el placer que se siente en todo el proceso. Pero siendo la especie hipócrita perfecta, insistimos en vivir bajo cánones de apariencias, en vez de agregar a nuestra colección de derechos humanos fundamentales, el simple derecho a la privacidad, siendo el delincuente el que hace público un hecho que no tiene consecuencias efectivas para la vida regular.
Quizás algún día descubramos que la hipócrita actitud que insistimos en conservar sólo es, hoy, en 2008, un artificial, inútil y estúpido obstáculo al gozo sano de este infinitamente improbable evento de "estar vivos".
El tiempo privado es algo que debe de quedar definido como un derecho humano básico a vivir esos momentos que no tienen consecuencias (esto es muy importante, porque lo que tiene consecuencias no es aceptable), momentos que al pasar, sólo quedan en la memoria de quienes los vivieron. El tiempo privado incluiría todo aquello que, al suceder, no influye en ningún derecho humano básico de terceros, como evidentemente lo fue la hora de cinco mil dólares del ex gobernador de Nueva York, Eliot Spitzer.
A este hombre sí es obligado el reclamarle su hipocrecía al basar el sustento moral de su campaña en una supuesta convicción con respecto a la "ética personal del político". Está claro que él no consideró jamás ético el involucrarse en un contrato para placer erótico, pero sí lo practicó. El tema importante, sin embargo, no es tanto el contrato para la diversión erótica o sensual con una pareja no aceptable dentro del sistema social, sino el derecho a la privacidad de actos ejecutados entre adultos conscientes que no dañarían a terceros a menos que se den a conocer públicamente. El mal aquí es el escándalo, que destruye o marca destructivamente para siempre a la esposa y a las hijas.
Si Spitzer, en su fuero interno desaprueba su acción pero deja que se vayan cuarenta mil dólares en ella, es un perfecto idiota y probablemente merezca que se haya producido el final de su carrera. Aquí el asunto es que probablemente millones de actos socialmente inaceptables se han de haber producido entre hombres y mujeres a lo largo de la historia de la especie. De esos, sólo ocasionaron mal alguno para los actores, los que fueron conocidos públicamente. Los que se mantuvieron en privado, como lo que realmente debieron haber sido todos, jamás perjudicaron a nadie.
Comentarios
Saludos.
Para Spitzer malo es que haya sido hipócrita al basar mucho de su discurso político en la ética personal. Allí, el tipo, francamente, es un perfecto idiota.
Lo que molesta de este caso es que no cuente para nada qué sea Spitzer como político o como persona en su trabajo, sino que se involucró en un acto privado, tratando de hacerle creer a todo el mundo que no se había involucrado en algo semejante.
"Las mentiras" (título del Diario de Yucatán). ¿Quién diría a los 4 vientos que se está metiendo con contratos para placer erótico?
Lo que sucede aquí es que, así como lo "descubrieron" en esta acción que pretendía él que fuera privada, ¿cuántas acciones más, también privadas, están siendo realmente observadas en secreto?
La privacidad personal, ¿no es un derecho humano básico? Está mencionado como tal ("derecho a la privacidad") explícitamente en la carta de 1948.