Es lícito ganar las elecciones con dinero

El dinero sí sirve para ganar elecciones, y no necesiramente es una fórmula indecente o injusta.

La victoria de Barack Obama es el resultado de mucho dinero: US$650 millones o más. ¿Quién dio ese dinero? ¡Tres millones de ciudadanos de los Estados Unidos de América! Tres millones.

Los amigos de Obama fueron tres millones. Por desgracia, los amigos de Fox, fueron menos. Pero fueron eso: amigos. Los tres millones de ciudadanos de los Estados Unidos, ¿acaso no pueden ser llamados “los amigos de Obama”?

US$650 millones son $8,450 millones de los nuestros. Realmente, un montón de dinero. Sin embargo, se puede constatar que los norteamericanos no ven las cosas con números absolutos, sino con números relativos. Ellos no dicen que las campañas políticas son muy costosas, sino que, realmente, son una “muy baja proporción del producto interno bruto”. Esto, desde luego, también lo podríamos decir los mexicanos con respecto al presupuesto del IFE comparado con nuestro PIB. Sí, es muy pequeño, por más alto que nos parezca.

Pero veamos con cuidado y con objetividad cómo es que Obama logra esos 8,450 millones de pesos (en dólares) a partir de entregas, donaciones, de tres millones de ciudadanos que querían verlo en la presidencia —durante la campaña final— y como candidato —durante la precampaña, cuando derrotó a Hillary Clinton.

En los Estados Unidos la ley les permite a los candidatos escoger qué tipo de dinero usarán para sus campañas. Tienen dos alternativas: 1) aceptar el dinero que proviene del fisco, el presupuesto oficial y 2) rechazar el dinero oficial y optar por el de los donativos.
Claro, la ley también establece un límite con respecto a la cantidad máxima que un individuo le puede donar a un candidato. La donación tiene que ser perfectamente identificable. Un auditor debe poder saber de qué persona concreta, real, existente provino qué cantidad y en qué fecha. 
La cantidad debe haber sido dirigida al comité de campaña del partido o a la entidad encargada de recibirlo.

Este mecanismo impide que unos cuantos envíen grandes cantidades, comprometiendo a los candidatos. Esta forma de recibir dinero —mucho de unos cuantos— es la que, en realidad, tampoco a nosotros los mexicanos nos puede gustar. Sucedería que el candidato quedaría “atado de manos”, con grandes compromisos a favor de los que hicieron las aportaciones.

En cambio, el mecanismo de una gran cantidad de personas donando pequeñas cantidades, definitivamente impide la posibilidad de que los donantes ejerzan alguna influencia sobre el político una vez que éste alcance el objetivo. Está claro que la influencia “normal” de una democracia –cartas, mensajes, sugerencias y peticiones por las vías a disposición de todos– quedará siempre abierta.

El donante es casi anónimo. El que dona dinero a un candidato en esta forma es porque desea que ese candidato llegue al objetivo electoral básicamente porque tiene confianza en el candidato.

En México las cosas son exactamente “al revés”. Es al votante al cual se le llega a entregar dinero para que ejerza su voto a favor de tal o cual candidato. Claro, esto es completamente ilegal y deberían elaborarse todos los mecanismos posibles para evitarlo. Y probablemente la forma más adecuada sería promoviendo las donaciones privadas a los candidatos preferidos. Este tipo de promoción —educación cívica, ni más ni menos— provocaría un “shock” cambiante en el potencial elector mexicano. Un movimiento de un extremo —el de esperar que el candidato regale o compre el voto— al extremo de que el ciudadano —de cualquier nivel— aporte unos cuantos pesos a favor del candidato de su preferencia.

Es obvio que no se trata de obligar a aportar centavo alguno. Se trata de promover, desde un principio, la necesidad que tendrá el candidato, de recursos para que otros lo conozcan.

Los que aportan dinero a favor de un candidato es porque ya conocen a ese candidato y creen en él o ella. Entonces donan pequeñas cantidades –de 100 a 2000 pesos– para que el candidato no tenga que crear compromiso con nadie, sino que pueda llegar con el dinero de muchos que creyeron en sus ideales.

¿Es esto imposible en el México de hoy, 2008? Algunos creemos que no. Tres millones de mexicanos, dando un promedio de 200 pesos cada uno a algún candidato de su preferencia, lograrían un ahorro al erario público de 600 millones de pesos. El dinero dado por esos 3 millones de ciudadanos sirve para que el resto de los ciudadanos logre conocer a ese candidato que merece $600 millones provenientes de donaciones. Ésa es la fortaleza inicial de un liderazgo: lograr un compromiso con una gran cantidad de personas, cada una de las cuales apostó, con unos cuantos pesos, a una persona en la cual se cree, a la cual se le tiene confianza.

Ésa sería una muy buena tarea para el IFE: provocar en el elector mexicano un desplazamiento de receptor a donador, de un pasivo ser humano que vende su voto, a un activo ciudadano que confía en un candidato y se compromete con él donándole una pequeña cantidad para la campaña electoral.

Todo es posible: sólo es cuestión de voluntad de acción.

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