El balance de la información debe sustentarse en realidades
En nuestro semanario (por impresión) pero diario (por notas publilcadas en Internet) tratamos de hacer una labor que consiste en tranferirle a nuestros lectores información sobre la que tenemos sustento. Tratamos de no especular o de no tratar de colocar en sus mentes —como si fueran verdades consumadas— hechos que aún son sólo rumores, muy lejos de haber quedado probados o muy difíciles de sustentar con documentación.
A pesar de todo ello, cuando uno repasa los comentarios que aparecen en la página electrónica, uno siente algo muy difícil de definir con facilidad. ¿Se trata de rabia, de coraje, de molestia, de contrariedad, de frustración? Esto último, desde luego: se trata de una grave frustración. Eso es lo que genera el ver que a pasar de lo que sea que uno haga en esfuerzo para que lo que se comunica sea lo que de verdad está sustentado, la percepción de la gente siempre va a ser que uno “no está siendo objetivo”.
En alguna ocasión —y el artículo sobre el tema se encuntra dentro de nuestras páginas— una hija de este servidor recibió el comentario de alguna persona —cuya identidad no quiso darme— en estos términos: “a tu papá le deben estar pagando mucho para que escriba lo que escribe, pues se está arriesgando…”.
La persona que esto dijo estaba segura de que en el estado de Yucatán existía, en ese momento, una actitud, por parte del gobierno, de intolerancia hacia los medios que digan las cosas que no les convengan. En el sitio de Internet, los comentarios de algunos de nuestros lectores no iban en ese sentido. En el sitio nos estaban obligando a ser “equilibrados”. Los mensajes escritos estaban en la dirección de solicitar de nosotros más “equilibrio”: que también dijéramos del “fraude” que se había cometido en el Ayuntamiento de Mérida presidido por César Bojóquez.
Es muy difícil debatir con una persona que tiene una pieza de información que no concuerda con la realidad. La persona que nos solicita que digamos algo del fraude que no existe —cualquier que éste sea— es una persona que está fuera del ámbito del debate posible. Es una persona que no cuenta con información que concuerde con la realidad y, por lo tanto, una persona con la cual no se puede debatir.
Conforme el tiempo pasa, los que están ahora a cargo del Ayuntamiento que fue presidido por el panista César Bojórquez —esos que pueden escudriñar los libros contables y los documentos que sustentan el manejo de las finanzas del equipo de Bojórquez— ya saben hoy que no pueden levantar ningún falso; han “descubierto” —lo supieron siempre, en realidad— que las cuentas están en orden. De lo contrario, ya sabríamos de algún asunto que, desde luego, se mostraría abiertamente para destruir mediáticamente la imagen de ese gobierno y del panismo.
Lo triste es que exista entre la gente una convicción —producto de lo que se les ha vendido mediáticamente— de que todos [los políticos] son iguales. En la medida en que la gente navegue con esa supuesta actitud de conocimiento, no podemos debatir. Es demasiado amplia la suciedad que está siendo parte de lo que ocupa los cerebros de estos ciudadanos.
El problema nacional es endémico. Está incrustado en la estructura de nuestra “cultura nacional”. La gente crece oyendo que el gobierno es un botín al cual puedes aspirar y, cuando te toca, te vas a hacer rico, como “otros se han hecho”. Es sólo cuestión de llegar y ya. En los años 80 y 90, se dieron luchas cívicas que tuvieron como resultado remover a gente que pensaba que esa era la única manera de actuar en México, la nueva ocupación de los puestos de poder se dio por gente que entró a través del PAN. No hay en México otra forma de acceder a los puestos de elección popular. Aunque la ley permite que un ciudadano privado se lance a una campaña política, esa misma ley hace aún las cosas más difíciles el día de hoy para los que se lanzan por sí mismos. Al final tienen muy pocos votos. ¿Por qué esto ha sido así tradicionalmente? Las razones exactas están a flor de labio de los especuladores, pero la realidad es que la gente sólo cruza círculos de emblemas políticos que tienen tiempo de estar a la vista de la vida política.
Los que tienen convicciones falsas con respecto a la honestidad de las administraciones a cargo de personas diferentes del tradicional PRI, deben tomar en cuenta que en su gran mayoría son gente que fue extraída de la sociedad —en la cual vivían haciendo sus esfuerzos desde la iniciativa privada o como empleados de empresas— y no necesitaban de los puestos administrativos o políticos para sobrevivir.
La prensa independiente local de Yucatán se encargó de vigilar y publicar, diariamente, el manejo de los dineros públicos por parte de esas nuevas administraciones emanadas de la sociedad civil. Los auditores eran, en realidad, todos los ciudadanos, todos los lectores de esos periódicos que escudriñaron cuidadosamente cada paso que dieron esas administraciones que desde el 1 de enero de 1991 ocuparon el gobierno de la ciudad de Mérida.
Es importante recalcar que la calidad informativa radica en comunicar aquello que es verdadero, además de ser relevante para el cúmulo de conocimientos ciudadanos sobre los cuales se sustentará la próxima decisión colectiva que se tome (elección). Algunos periódicos impresos de la ciudad de Mérida (Yucatán, México) lanzan notas falsas en torno a los gobiernos emanados del PAN y, normalmente, notas falsas o verdaderas generalmente favorables a los gobiernos del PRI, con excepciones: de pronto leemos algo muy fuerte contra el priismo, acción que lanza la señal que el impresor desea —hacer pensar que “les pega a todos”— cuando en realidad solo dice lo que dice porque algún acuerdo “falló”.
Son dos formas muy diferentes de gobernar —las que tienen priistas y panistas— y son dos formas muy diferentes de hacer periodismo —en Artículo 7 comparado con otros medios “contratados” para decir lo que dicen.
Una sociedad que pretende aspirar a la democracia se quedará en el camino en tanto no cuente con información verdadera para que sus ciudadanos se formen opiniones sustentadas en realidades.
Comentarios