¿Cuál sería la manera más adecuada para librarnos de la necesidad de crear apegos sexuales?
Algunas instituciones que promocionan visiones de formas de fomentar la espiritualidad han adoptado la propuesta de que los apegos ("attachment", en inglés) son causas de graves problemas entre los seres humanos.
A la luz de estas visiones promotoras de la espiritualidad por encima del materialismo, el amor sexual es una forma de apego biológico. Según esas visiones, el amor es apego y existe también entre todas las especies de animales diferentes del animal humano. Seguidamente, las enseñanzas para fortalecer el espíritu por encima de la materia, recomiendan la liberación de todos los apegos, incluyendo el apego sexual.
Con la teoría del apego biológico, se vendría a explicar el matrimonio monógamo solo como una forma de legalizar e institucionalizar la selección entre dos personas con respecto a apegos personales preferidos pare ejercer su sexualidad.
Hoy sabemos que hace más o menos 12 mil años, los seres humanos vivían en condiciones muy diferentes a las que existen hoy. Esas condiciones eran —también es algo que ya sabemos hoy— más congruentes o compatibles con las tendencias sexuales biológicas naturales del equipo biológico humano. Hoy sabemos que la tendencia natural biológica del ser humano no es a formar pareja para ejercer su sexualidad, sino que somos una especie naturalmente promiscua. Nuestros parientes en la evolución más parecidos a nosotros son los bonobos —una especie muy parecida a los chimpancés, pero muy pacífica— y los chimpancés —una especie que desarrolla conductas muy agresivas intra específicas, o sea, contra individuos de la propia especie.
La obligación de formar pareja no tiene fundamento biológico, sino que es netamente cultural. Por lo tanto, el concepto de apego sexual no es biológico, sino netamente cultural. Durante los últimos 12 mil años han surgido todo tipo de intentos por sustentar en instrucciones u órdenes que provienen directamente de los dioses (o El Dios), la obligación de organizar la sexualidad. Las religiones han tratado de racionalizar la monogamia o la poligamia, nunca la poliandria (una mujer con varios hombres). Las religiones contienen, entre sus doctrinas, invariablemente y sin excepción, el concepto de que la peor ofensa que se les puede hacer a los dioses es violar las reglas en torno a la sexualidad. Y las reglas, ahora ya sabemos, son formas que tratan de obligar al ser humano para que la prole sea identificable: se sepa quién es el padre de las criaturas que les nacen a las mujeres.
Hoy, 11 de septiembre de 2011, el Dalai Lama expresó, una vez más, la idea de que el apego sexual es una forma de apego biológico. Desafortunadamente, esa declaración solo es una más en el mismo sentido de la de todos los que se han auto proclamado profetas, salvadores, dioses-hombres, representantes de dioses ante los humanos, y demás conceptos semejantes.
Las parejas se forman por órdenes culturales, sociales, institucionales o religiosas. La formación de lazos de pareja no es algo natural al ser humano, sino netamente cultural. Esto puede parecer un baño de agua fría para muchos. Consideren esto para secarse el agua de ese baño: la especie humana existe desde hace 1.5 millones de años; de todo este tiempo, solo los últimos 12,000 años ha intentado resolver su sexualidad de tal manera que se sepa quién es el padre; durante 1.5 millones de años jamás fue relevante la paternidad.
Entonces, ¿por qué empieza a ser relevante la paternidad? ¿Qué hace que se convierta en tema grave el asunto de la pareja sexual? Respuesta: la adopción de la agricultura en sustitución de la recolección y cacería.
Hay cálculos que estiman en casi 3 millones el número de mujeres que durante los 400 años de existencia de la inquisición —o tribunales semejantes— fueron quemadas vivas o encerradas de por vida en calabozos, precisamente por manifestar conductas que habrían representado un peligro para la identificación de la parte masculina en la gestación de las proles.
Entonces, pues, ¿cuál sería la manera más adecuada para librarnos de la necesidad de crear apegos sexuales?
A la luz de estas visiones promotoras de la espiritualidad por encima del materialismo, el amor sexual es una forma de apego biológico. Según esas visiones, el amor es apego y existe también entre todas las especies de animales diferentes del animal humano. Seguidamente, las enseñanzas para fortalecer el espíritu por encima de la materia, recomiendan la liberación de todos los apegos, incluyendo el apego sexual.
Con la teoría del apego biológico, se vendría a explicar el matrimonio monógamo solo como una forma de legalizar e institucionalizar la selección entre dos personas con respecto a apegos personales preferidos pare ejercer su sexualidad.
Hoy sabemos que hace más o menos 12 mil años, los seres humanos vivían en condiciones muy diferentes a las que existen hoy. Esas condiciones eran —también es algo que ya sabemos hoy— más congruentes o compatibles con las tendencias sexuales biológicas naturales del equipo biológico humano. Hoy sabemos que la tendencia natural biológica del ser humano no es a formar pareja para ejercer su sexualidad, sino que somos una especie naturalmente promiscua. Nuestros parientes en la evolución más parecidos a nosotros son los bonobos —una especie muy parecida a los chimpancés, pero muy pacífica— y los chimpancés —una especie que desarrolla conductas muy agresivas intra específicas, o sea, contra individuos de la propia especie.
La obligación de formar pareja no tiene fundamento biológico, sino que es netamente cultural. Por lo tanto, el concepto de apego sexual no es biológico, sino netamente cultural. Durante los últimos 12 mil años han surgido todo tipo de intentos por sustentar en instrucciones u órdenes que provienen directamente de los dioses (o El Dios), la obligación de organizar la sexualidad. Las religiones han tratado de racionalizar la monogamia o la poligamia, nunca la poliandria (una mujer con varios hombres). Las religiones contienen, entre sus doctrinas, invariablemente y sin excepción, el concepto de que la peor ofensa que se les puede hacer a los dioses es violar las reglas en torno a la sexualidad. Y las reglas, ahora ya sabemos, son formas que tratan de obligar al ser humano para que la prole sea identificable: se sepa quién es el padre de las criaturas que les nacen a las mujeres.
Hoy, 11 de septiembre de 2011, el Dalai Lama expresó, una vez más, la idea de que el apego sexual es una forma de apego biológico. Desafortunadamente, esa declaración solo es una más en el mismo sentido de la de todos los que se han auto proclamado profetas, salvadores, dioses-hombres, representantes de dioses ante los humanos, y demás conceptos semejantes.
Las parejas se forman por órdenes culturales, sociales, institucionales o religiosas. La formación de lazos de pareja no es algo natural al ser humano, sino netamente cultural. Esto puede parecer un baño de agua fría para muchos. Consideren esto para secarse el agua de ese baño: la especie humana existe desde hace 1.5 millones de años; de todo este tiempo, solo los últimos 12,000 años ha intentado resolver su sexualidad de tal manera que se sepa quién es el padre; durante 1.5 millones de años jamás fue relevante la paternidad.
Entonces, ¿por qué empieza a ser relevante la paternidad? ¿Qué hace que se convierta en tema grave el asunto de la pareja sexual? Respuesta: la adopción de la agricultura en sustitución de la recolección y cacería.
Hay cálculos que estiman en casi 3 millones el número de mujeres que durante los 400 años de existencia de la inquisición —o tribunales semejantes— fueron quemadas vivas o encerradas de por vida en calabozos, precisamente por manifestar conductas que habrían representado un peligro para la identificación de la parte masculina en la gestación de las proles.
Entonces, pues, ¿cuál sería la manera más adecuada para librarnos de la necesidad de crear apegos sexuales?
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