De carnívoro a herbívoro en 24 horas

Una agradable experiencia de cambio

Esa noche, tranquila como otras anteriores, no sabía lo que me sucedería por sentarme a ver un documental. Lo encontramos en uno de esos servicios que te rentan vía Internet. En menos de 70 minutos, nuestras vidas cambiarían: hablo de la mía, la de mi esposa, la mi hija Érika, la de mi hermana Anet y la de mi cuñado, Fernando. No es que todos estuviéramos viendo al mismo tiempo la misma película, sino que poco a poco les comunicaríamos a ellos lo que habíamos encontrado.

Hoy veo muchas cosas mucho más claras de lo que jamás las vi. De hecho, esa extensión de mi visión es a su vez, extensión de lo que sugiere el documental. Se llama Forks Over Knives, o sea, Tenedores por sobre los cuchillos.

Durante mi vida he oído con bastante respeto y paciencia a personas que me han hablado acerca de su vegetarianismo. Algunos lo presumen, otros lo pregonan. Otros me cuentan las famosas historias de terror, de esos pobre vegetarianos que, al cabo de varios años y después de consultar a sus médicos, tuvieron que cambiar radicalmente y comenzar a comer carne. Hoy dudo de estas historia: 1) o no estaban haciendo bien las cosas, o 2) es falsa la historia.

Mi historia es muy diferente. Por lo menos, la mía. Hay variaciones entre mi historia y la de las personas que he mencionado. Las iré explicando.

El 5 de febrero de 2011 murió mi madre después de unos cuantos días de quejarse de debilidad y de que no podía respirar. Decía ella que “no le entraba el aire”. Lo que le estaba pasando es que tenía el corazón inflado debido a que sus arterias impedían la salida de la sangre con facilidad. Cardiomegalia es el nombre que sueltan para acompañarlo de un recibo de honorarios. Si ya te soltaron esa palabra, obvio, se hacen merecedores a un pago de honorarios. No cualquiera puede recordar el término.

Todos los que leen esto saben que cada semana uno escucha del pariente, viejo o joven, que está a punto de morir de una de esas llamadas enfermedades crónicas: cáncer, lupus, Alzheimer’s, infartos, embolia, diabetes, esclerosis múltiple, etc. Y los médicos, ¿qué saben de todas estas enfermedades? Una que otra píldora debidamente patentada por las empresas de medicamentos y, de allí en fuera, no saben lo que se llama un ápice. Se dedican a tratar síntomas con medicamentos que fueron patentados. Otros promueven suplementos. El caso es que cada día más y más gente se muere de una de esas enfermedades crónicas.

Por otra parte, que no se me mal entienda. Si me llega alguna vez la desgracia de estar involucrado en un accidente, y alguien debe colocarme algunas cosas en su lugar, deseo fervientemente poder estar en uno de esos hospitales, rodeado de batas blancas que sí conocen en detalle la anatomía de mi cuerpo y solo deberán dejarlo lo más próximo a como estaba. Es decir, sabrán, ellos y yo, exactamente qué le pasa: ¡me di un santo madrazo en un horrible accidente! (Esto, claro, es hipotético y así deseo y ordeno a la vida que quede para siempre. Espero me obedezca.)

Todos estamos comprando seguros porque sabemos que, si no nos morimos de un accidente, acabaremos en un hospital con una de esas enfermedades crónicas, que no tienen remedio una vez que se ha llegado a cierto nivel —aunque veremos que sí hay remedios— que es cuando los hospitales y los médicos —que realmente, no saben nada de lo que están haciendo— reciben los últimos centavos de familias enteras, con todo y sus amigos. Si hubo un seguro de por medio, se tragarán hasta donde llegue la suma asegurada.

Y si se trata de medicina oficial, el asunto no deja de ser menos malo. Aunque no son los enfermos en sí y/o sus familiares los que pagarán, sí lo es la sociedad entera. Somos todos los que estaremos colocando grandes cantidades, a través de esos pagos que nos descuentan o hacen por nosotros las empresas para las que laboramos. ¿Por qué creen que cada día oímos de más y más problemas financieros en el IMSS y el ISSSTE y similares? (Aparte, desde luego, de la tajada de la corrupción.)

Hay muchos factores que hacen radical mi conversión instantánea. Son todos ellos, juntos, los que jamás podré ignorar. De hacerlo, me consideraría a mí mismo un perfecto idiota, un retrasado mental, una persona incapaz de razonar o de controlar mis caprichos; ni siquiera cuando, al no hacerlo, está uno condenándose a morir en formas incómodas, costosas y de alto grado de sufrimiento.

A finales de 2010, mucho antes de ese día 11 de enero de 2012, encontré un plan de seguro de gastos médicos llamados Mayores que me permitiría vivir, dado que no tenía un costo tan elevado y parece ofrecer (lo recontraté en diciembre de 2011) lo que uno necesita. Como tenía ya más de 60 años (iba a cumplir 61), era necesario que permitiera que me hicieran análisis. Me tomaron sangre, orín y se llevaron todo para analizar. Varias semanas después, la vendedora me dijo que tenía buenas noticias. Estas consistieron en que mis análisis estaban muy bien. O sea, no parecía que alguna vez haría uso del seguro. Sí, eran buenas noticias para mí y, desde luego, ¡también para la aseguradora! Estaba asegurándose de que iba a asegurar a uno que seguramente se moriría de vejez después de haber pagado varios años en balde. La verdad, ¡un buen negocio!

Estaba yo pasado de peso y pasé el examen. Además, sabía yo que mi salud podría ser mucho mejor. En enero de 2011 comencé a comer en forma controlada, menores cantidades en cada alimento, hasta perder, en unos 4 o 5 meses, la cantidad de 12 a 13 kilogramos. Aún conservo hoy (febrero 1 de 2012) el peso después de bajar.

Por lo tanto, así las cosas, nadie me había avisado de algo terrible en mi organismo. De hecho, estaba contento de que todo estaba en orden.

Entonces, ¿por qué vi ese documental? Sencillamente, porque tenía curiosidad por saber por qué sugerirían una forma de comer en la que se use el tenedor, en vez del cuchillo. Pero no solo eso: quería saber qué había más allá de mi zona de comodidad o comfort zone.

Mi esposa es adepta a los Brahma Kumari, una organización que se origina en la India y que se ha extendido a todo el mundo. Promueven la abstención de la carne —como comida, aunque también promueven la otra abstención— y la meditación. Consideran que la gente que se abstiene de comer carne, se vuelve más capaz de meditar. Sin embargo, no prohiben la injerencia de alimentos lácteos, aunque sí incluyen los huevos entre lo que no se debe comer.

Mi esposa sufre de estar pasada de peso. Vio cómo yo fui perdiendo esos 14 kilos: eran los mismos que ella misma debería haber perdido. Sin embargo, por razones múltiples, ella no siguió la misma disciplina que apliqué y no perdió el peso que le sobra.

En el momento en que estoy escribiendo esto, llevo 3-4 semanas durante las cuales no he comida nada de lo siguiente: 1) carnes de cualquier tipo 2) pescado 3) mariscos 4) lácteos, ni yogurt, queso o cosas parecidas 5) huevos. En pocas palabras, he borrado de mi alimentación todo lo que no venga de las plantas: frutas, legumbres, semillas, granos y nueces. Tomo jugos de fruta, y hago todas las mezclas imaginables. No como casi nada de pan, y cuando lo hago, este debe ser de múltiples granos, todos ellos completos y mínimamente procesados. Por cierto, difíciles de encontrar y sumamente caro.

El resultado personal es un sentimiento de bienestar total. Me siento bien, mejor que jamás me sentí. Tengo 62 años y no recuerdo, jamás, haberme sentido tan ligero y listo para levantarme por las mañanas. Ya me pesaba. Mi capacidad de concentración es bastante mejor, además de que me cuesta menos trabajo lograr objetivos.

Cuando me acuesto a dormir, hago eso, dormir. Se han borrado los sueños, casi de todo tipo. Los pocos que quedan son todos livianos y agradables. Cuando llega el momento en que debo levantarme, estoy listo en un instante. Se acabó esa flojera o falta de ganas de moverse a hacer las cosas.

Pero además, ya no necesito desodorante. Mi sudor no tiene olor. Mis idas al baño ahora son de 2 a 3 veces al día, sin problemas. Todo fluye con gran facilidad.

Tomo de 10 a 20 minutos de sol directo todos los días. Cosas extrañas que habían estado surgiendo por diferentes lugares de mi piel, se están esfumando. Sufrí de caspa por muchos años, de pronto ¡esta se ha esfumado! Ya no hay caspa. Mi almohada quedaba amarillenta en donde colocaba la cara. De pronto, ya no sucede eso: Tiene 2 semanas y está totalmente blanca. Puedo correr en forma sostenida a unos 9.2 kph, cosa que no podía hacer hace 1 mes.

Lo más importante sea, quizás, que jamás tengo esos sentimientos hambrientos; algo así como que tienes que comer algo o de lo contrario, te comerás a los que están allí, contigo. Se acabaron esos terribles momentos. Vamos a comer a una casa y no tengo prisa alguna en que llegue la hora de la comida, cena o lo que sea.

Eso de tener ahora el sueño ligero puede ser debido a que pertenezco ya, al género de los que serían presa de los depredadores carnívoros. Mi carne debe estar más suave y sana. ¿Será por eso que estoy en alerta, como los venados? Por otra parte, así de fácil me vuelvo a dormir una vez comprobada la seguridad en mi entorno.

La belleza de los sabores ha regresado a mi vida. Las frutas comunes, de todos los días, son manjares constantes. Por lo menos me está pasando esto a los 62 años: pude haberme perdido más tiempo de vida sin disfrutar lo que estos nuevos días he descubierto. En parte, me había entregado a la idea de que la mezcla de frutas y carnes era “mala”. Probablemente lo es. Pero eso quedó atrás. Hoy ya no tengo que temer las mezclas. De hecho ¡todo mezclado sabe mejor, porque multiplica los sabores, jamás los resta o divide!

Hoy no volvería, jamás, a incluir en mi dieta alimenticia un solo ingrediente de origen animal. Se vive demasiado bien sin ellos.

Debo ser sincero conmigo mismo y con quien esto lea. Los primeros 2 días a partir de haber cambiado radicalmente la manera de alimentarme, me sentí lento, cansado, atontado. El tercer día todo comenzó a ser diferente, de hecho, muy diferente: mucho mejor. Recuerdo haber creído que tenía dengue.

También debo decirles esto. Ya no se trata de llegar y atascarse. No sé cómo adaptarme a esta nueva forma de vivir. Estamos acostumbrados a comer 3 veces al día. Yo diría que uno debería poder comer al sentir hambre y tomar una, dos, tres frutas, unos cuantos cacahuates, un poquito de jugo, agua y listo. Una ensalada, muchas ensaladas, lo más variadas que se pueda, tanto entre una y otra como cada una por sí misma. Platillos de dos o tres ingredientes no jalan bien. Nuestras sentadas a comer deben incluir platillos con muchas variedades de todo el reino vegetal: granos, legumbres, frutas, verduras, nueces —incluyan cocoa. De todo, en pequeñas cantidades. Créanme, todo sabe delicioso. ¿Les gusta el sabor de la mandarina o el mango? ¡A eso puede saber tu platillo lleno de lo demás!

Por razones de seguridad, me dicen que debo consumir vitamina B12. El asunto es que esta solo se puede encontrar en el suelo, en los alimentos sucios. Sin embargo, el cereal Post en su Honey Bunches ofrece, en 30 gramos, 100% de lo que necesitamos los humanos de vitamina B12. De manera que le añado a mis mezclas divinas esos 30 gramos cada día. De proteína necesitamos, cada día, 1 gramo por cada kilo que pesemos. Vean qué porcentaje de su peso es proteína en vegetales que ni se imaginan. La dieta china incluye 60 gramos de soya, en promedio, al día.

Me he dado cuenta de que sencillamente no necesitamos alimentos de origen animal. A mí me fascinaba sentarme y saborear un delicioso taco o dos o tres, de queso fundido con grandes cantidades de salsas verdes y rojas y un tantito de salsas picantes. Pero antes del queso, me devoraba unos 20 totopos con guacamole. Por cierto, también estoy evitando las harinas refinadas y el pan que contiene leche y huevo (vean en ingredientes). Por cierto, muchos de estos —cuando no contienen ni huevo ni leche— en sus empaques, advierten que fueron preparados en contenedores en donde antes se habían preparado cosas con huevo y leche. Lo ponen en negrita, como para advertirle al que “sabe” qué está comiendo.

Encontré por allí un pan de 12 granos. La verdad, está sabroso. Todos los granos con que está hecho son integrales. Es mucho más costoso que las barras de “pan integral” regulares. No es problema: es para comer 1 o 2 rebanadas al día. Les unto una mantequilla de cacahuate que encontré por allí, sin azúcar, y una mermelada de frutas tipo fresas y frambuesas, mezcladas, que tampoco tiene azúcar añadida. Pero este pan es solo la base de un plato que lleva muchos ingredientes más: una verdadera sinfonía de sabores, en donde solo esos 3 ingredientes (menos de 10% del total) vienen empaquetados industrialmente. El resto viene con su empaque natural.

Comentarios

JCBerny ha dicho que…
Me parece muy interesante tio. Voy a ver el documental.
Saludos,

Jorge Carlos Berny MyT
EFWhitton ha dicho que…
Yo puedo "concur" que tambien me he sentido mejor que nunca sin nada de animal. Desde los 15 años, y ahora tengo 38, he sido vegetariana, pero la verdad, comer productos "dairy" (leches, quesos) es casi igual a comer carne. Ha cambiado mi vida a un nivel increible de bienestar. Tampoco como comidas procesadas, azucar, porquerias, etc.

Mas que nada, estoy FELIZ que estas haciendo esto Papy, y Leta! Que bueno que viste el documental esa noche, y empezamos este nuevo capitulo de nuestras vidas!