Tertulia familiar
El tema central
Nos sentamos a la mesa y comenzó la conversación. Znarfo está completamente solo; nadie parece estar de acuerdo con él. Tena está convencida, siempre, de que todo lo que le sucede al ser humano proviene de su mente; las enfermedades, o la salud, son producto de la mente del individuo.
Tenemos, entonces, a Atela. Es una mujer inteligente, convencida de que todo lo que existe está unido. Que hay una fuerza central universal de la cual emana cuanto existe. Además, es una profunda creyente en el mecanismo llamado de la reencarnación, como el escogido por el cosmos para que las almas sean debidamente probadas.
Para Atela, el estado natural del ser es el espíritu libre de la carne. La carne es un defecto del universo con un objetivo que parece ser, concretamente, provocar el perfeccionamiento de los entes o almas. El humano especialmente es solo un ente etéreo materializado en un cuerpo. Ese espíritu eterno pierde su consciencia de espíritu al entrar a un cuerpo material y se olvida de su verdadera esencia. Atela está convencida de que es absolutamente necesario ocuparse, durante el tiempo de la vida material, de recordarse a todas esas almas —presas en cuerpos materiales— que deben volver a concentrarse en su esencia.
Donanrefo es hermano de Atela. Crecieron en el mismo hogar y probablemente oyeron historias semejantes y explicaciones semejantes acerca de la vida. Hoy tienen visiones que se parecen, pero son muy diferentes. Por un lado, Atela considera lo material como inferior, en tanto que Donanrefo considera lo material como real, quizás digno de respeto, aunque no debe ser lo que determine al ser, sino, en todo caso, debe ser algo que el ser sepa usar siempre en su provecho, para su beneficio y para su bienestar.
Znarfo considera que el universo se mueve solo, con sus propias fuerzas. Que estas fuerzas en constante movimiento, van formando objetos como galaxias, soles, planetas y demás. La vida puede o no aparecer en algunos planetas. Znarfo llama a lo que está vivo “materia consciente de que existe”. El humano, para Znarfo, es un producto más de los cambios incesantes que se están dando en forma constante. Para Znarfo, la consciencia del humano es producto del funcionamiento de su cerebro. Atela y Donanrefo consideran que la consciencia del humano es el alma, que a su vez es la conexión del humano con todo el universo.
Para Znarfo, la consciencia del humano desaparece como tal al momento en que el cerebro del humano deja de funcionar, o sea, cuando sobreviene la muerte. Para Atela y Donanrefo, la muerte es solo el paso de un estado de la materia a otro en el cual el alma ya no tiene cabida y queda liberada: se va. Entonces entra, para Atela y Donanrefo, el concepto del karma y la reencarnación: “el alma es eterna”, afirman Atela y Donanrefo. La muerte solo la libera, hasta que ya no tiene más karmas por resolver.
Para Znarfo el estado consciente de un humano es un estado muy especial, un evento muy poco probable en el cosmos, en el universo, en el devenir de la materia. Es un evento muy valioso, por lo tanto, que solo se puede apreciar si se entiende su valor de ser único e irrepetible —o bien, repetible, pero con muy pocas probabilidades de que se dé otra vez, además de que, de darse, el ser consciente jamás tendría memoria de la otra ocasión en que también fue consciente.
Para Znarfo el ser consciente es la formación abstracta de que es capaz la compleja organización del cerebro, el complicado flujo de valores binarios que en conjunto forman los pensamientos, captan el exterior y lo asimilan. Para Znarfo el conocimiento comprobable por todos los que usen los mismos instrumentos es el más valioso a favor de la humanidad.
Para Znarfo, la ciencia es neutra. Lo que la ciencia va descubriendo puede ser usado para bienestar o para malestar del humano. Pero la forma en que se use no es responsabilidad de la ciencia. Para Znarfo la ciencia es el cúmulo de conocimientos comprobables por todos los que usen los mismos métodos e instrumentos para lograrlo. Lo no científico, para Znarfo, es todo lo que se cree, por respeto y fe en quienes lo explican. La ciencia es todo lo que se acepta por presentarse como comprobable o estar dentro de las hipótesis que tienen sustento aceptado por todos los que consideran válidos los métodos de conocimiento en que se basan.
La conversación
Es un día cualquiera, sin obligaciones laborales. Se reúnen con frecuencia para disfrutar algún manjar. Están ahora en eso. Botanean y platican.
—El mundo de afuera es solo el reflejo de ti mismo —dice Donanrefo, seguro de que su sentencia no puede tener argumento alguno válido en contra.
—Yo creo —dice Znarfo, pacientemente al comienzo— que el mundo exterior existe por sí mismo; es decir, yo no tengo que ver el mundo exterior para que este exista. Está allá, lo vea u oiga yo o no. Da igual. No es reflejo mío, sino que mis sentidos me informan de aquello de lo que consta.
—Pero es que tus sentidos —interviene Atela— no son exactos. Jamás pueden ser exactos. Se sabe que, por ejemplo, cuando las carabelas de los españoles estaban en el horizonte de los mares de alguna isla caribeña, los que observaban el horizonte no “vieron” las embarcaciones, porque no era, para los que estaban usando el sentido de la vista, algo que ya existiera en sus mentes.
—Estoy de acuerdo —dice Znarf— pero debes tomar en cuenta que no por el hecho de que ellos no lo hayan visto, las carabelas no existían…
—Para ellos no existían… —deja oírse Donanrefo.
—Pero las cosas existen aunque tú, yo o Atela no las vean. Están allá. Si no las vemos porque nuestro sentido de la vista no sirve, o porque estamos ya acostumbrados a descartar aquello que no entendemos, pues es otro problema; pero, las cosas externas a uno mismo, que son todo lo que existe en el mundo, sí existen, son reales; nos demos cuenta o no, las reconozcamos o no, existen.
—Es que si algo no existe para tus sentidos, ese algo ¡no existe! ¿No te das cuenta? —pregunta Donanrefo.
—Es que las cosas que existen no te van a pedir permiso para existir: allí están, por sí mismas. Y creo —dice Znarfo, un tanto triste— que esta discusión o debate, no tendría fin jamás.
—Está bien —dice Tena—, supongamos que existen. Pues sí, allá está todo. Pero nada de eso debe significar influencia para ti a menos que tú lo aceptes. Es decir, no importa qué forma tenga el mundo exterior, no importa cuántas cosas estén allá, el efecto que te van a causar solo depende de ti mismo, de tu actitud mental, de lo que tengas aquí en tu cabeza.
—¿Cómo? —pregunta Znarfo.
—Pues sí. Por ejemplo, si crees que esa planta tiene microbios que te van a infectar y te va a dar una enfermedad, entonces, ¡así va a suceder!
—¿Aunque no tenga los microbios? —quiere saber Znarfo.
—Así es, aunque no los tenga… —contesta, segura, Tena.
—Y, por ejemplo, si esa planta tiene microbios terribles —comenta Znarfo— pero tú estás convencido de que no te van a hacer daño, entonces, ¡seguirás sano! ¿Así es?
—Así, es, claro —afirma Tena.
—Así es —continúa Donanrefo— el mundo exterior es un reflejo de ti mismo. Si el mundo exterior tiene microbios, tú creas esos microbios y tú los vas a atraer a ti y tú vas a hacer que te enfermen.
—No, lo siento —dice Znarfo, entre sonrisa y seriedad— pero eso, no lo puedo creer. No es así.
—Mira, Znarfo, la cosa es bien sencilla —dice Tena— y te lo voy a probar.
Todos escuchan con atención lo que va a explicar Tena.
—Mira estas fotos…
Muestra su celular. Ella está tiesa entre dos sillas. En una tiene colocado el cuello, en la otra, la punta de los pies, o sea, los tobillos. No hay nada debajo de ella y ella esta tiesa, tanto que en otras fotos está sobre ella sentada una persona.
Hay varias fotos del suceso. Ella afirma haber estado sentada en esa posición por más de 30 minutos. Znarfo observa cuidadosamente las fotografías.
—Impresionante —comenta Znarfo—. Esto nos lleva a otro tema: el de la sugestibilidad. Lo que estamos viendo aquí es que Tena tiene una gran capacidad de ser sugestionada. En este caso, lo fue por la hipnosis. Esto quiere decir que si la persona que controla el cuerpo está convencida de que su cuerpo puede hacer algo, el cuerpo lo hará.
—A ver, Znarfo, trata de hacer eso sin estar hipnotizado —reta Tena.
—Es correcto, Tena, mi cuerpo solo responde a lo que mi mente le permite. Mi mente solo le pide a mi cuerpo lo que está dentro de ciertos márgenes de seguridad. Es la costumbre. Lo que estamos viendo aquí, te repito, es la gran capacidad de que tu mente se convenza de algo, aún de lo que jamás se imaginó que tu cuerpo podría realizar.
—Bueno, el asunto es que es la mente la determina lo que se puede y lo que no se puede hacer —afirma Tena.
—Así es, es la consciencia —agrega Atela.
—Miren —trata de explicar Znarfo—, el cuerpo tiene sus límites. Estamos acostumbrados a vivir muy por debajo de estos límites en todos sentidos. De hecho, comemos mucho más de lo que necesitamos, tenemos mucha más fuerza efectiva de la que creemos y usamos en forma cotidiana. Hay miles de sucesos que se han dado que prueban eso. Pero eso, lo siento, no prueba que solo la mente le ordene al cuerpo, aunque le ordena mucho más de lo que nos imaginamos. Cierto.
—Eso, Donanrefo, tampoco prueba que el mundo exterior sea reflejo del interior de cada uno. De ser así, como lo dices, entonces existiría un mundo exterior por cada individuo diferente que tenga capacidad de ver o proyectar ese mundo exterior.
—A ver, mira, cualquier cosa que veas que hoy existe, primero fue concebida en una mente —afirma Donanrefo, en voz que ha subido de volumen.
—Si, pero eso que concibió una mente fue el resultado de algo en el exterior que vio u oyó. Nada viene de la mente vacía. Todo viene de la combinación de la mente momentáneamente vacía, con los estímulos del mundo exterior, del mundo real, mezclados con los estímulos del mundo interior, de los sentimientos, pensamientos y química corporal —explica Znarfo, tratando de mantener la calma, sin lograrlo con efectividad.
—No, Znarfo, eres bien terco —dice Atela—. Es inútil contigo; te aferras a tus creencias materiales. Es la mente la creativa. Es capaz de crear de la nada.
—No lo creo —debate Znarfo—. Creo que la mente, por más creativa que parezca, finalmente lo que está haciendo es combinar los elementos que le han venido de su experiencia, es decir, de lo que sus sentidos le han transferido del exterior, con lo que sus sentidos interiores le han comunicado de sí mismo.
—Además, eso que tú llamas “la mente” —combate nuevamente Atela— no es sino el alma, el ser real, el ser verdadero. La mente son los pensamientos sucios, de desperdicio. El alma es pura, es limpia, está libre de pensamientos que solo molestan. La creatividad proviene del alma y esta no necesita estímulos del exterior.
—Pues eso —trata de contradecir Znarfo— está aún más complicado, si así lo quieres ver. El alma, según has dicho…
—El alma —dice Atela— es lo real, es lo que es eterno, es lo que desde tu interior dice las cosas, es la que habla, es la que piensa, es la que puede tener consciencia. La mente solo es producto del cerebro…
—Pero no he desarrollado lo que quería decir —se queja Znarfo.
—Es que no dejas de hablar nunca —recuerda Donanrefo.
—Pero es que una idea debe desarrollarse hasta el final… —insiste Znarfo.
—Es que tus ideas no tienen fin, Znarfito —dice Tena, tratando de ser amable.
—Es que tú jamás escuchas, Znarfo; jamás. Solo hablas —dice Atela, en tono definitivo.
—Bueno, a final de cuentas —pregunta Znarfo—, ¿para qué sirve el cerebro? Es decir, es un órgano admirablemente complejo. Es el que nos va almacenando las experiencias y nos informa lo que nuestro cuerpo requiere y cómo eso que requiere se combina con lo que el exterior ofrece. Es decir, este órgano, que en el caso del humano tiene 1.5 kg en promedio de peso, ¿para qué existe? Habría sino mucho más fácil que el cuerpo humano, en vez de un cerebro tan grandote y tan difícil de mantener bien, solo tuviera un receptáculo invisible para el alma. Además, esta, etérea como es, es decir, que no tiene materia, o sea, que no ocupa un lugar en el espacio ni el tiempo, ¿para qué se mete a un cuerpo que tiene un cerebro que se supone, según estamos descubriendo, sirve para realizar esas funciones que los que creen en el alma dicen que el alma es la que las realiza?
—Es que el cuerpo es solo un receptáculo temporal —afirma Atela—. El cerebro es solo lo que es capaz de manifestar parcialmente el sentido del alma; pero el cerebro es materia y todo lo que el espíritu puro tiene de perfecto, se hace imperfecto al filtrarse a través del cerebro, la mente, los pensamientos, etc.
—Entonces —se le nota entusiasmado a Znarfo—, más a favor de lo que digo: ¿para qué este plan tan tonto de existencia? Es decir, ¿quién concibió un plan tan tonto como este?
—¿Qué tiene de tonto? —pregunta Donanrefo.
—Todo —contesta Znarfo—. La evolución del devenir de las fuerzas del universo logran un gran cerebro, el humano. Pero es un logro totalmente inútil. De hecho, viene a ser un estorbo para que se manifieste la perfección del espíritu, de las almas eternas. No solo eso, sino que usan este cerebro como una especie de vehículo de prueba. Esas almas, eternas, tienen “karmas”, ¿no? —hace una pausa Znarfo—. Y esos karmas determinan cuántas veces deben estar en un cuerpo, con un cerebro, antes de liberarse de esa especie de “castigo” por las cosas que han hecho al estar dentro de otros cuerpos con cerebros en cada una de las encarnaciones que han tenido.
—Es inútil contigo, Znarfo, eres un terco en tus posturas y no te haces flexible para ver otras alternativas —comenta Donanrefo—. Solo sabes darle vueltas a tu misma idea. Todo eso que estás diciendo son “pensamientos”; es la mente la que habla; es tu ego. No tiene nada qué ver con la realidad.
—Yo creo, sinceramente, que —afirma Znarfo— quien de verdad está totalmente fuera de la realidad, son ustedes. Es decir, ¿cómo voy a aceptar que el “plan” del cosmos sea joder gente con pruebas y karmas? El universo existe y la vida es producto de condiciones muy poco probables que se dieron aquí, con nosotros y por eso estamos hablando. Todos nuestros pensamientos, ideas, todo, son producto de nuestros cerebros; y estos solo producen la combinación de lo que les viene desde dentro, desde los cuerpo, con lo que les viene del mundo exterior, que es el mismo para todos y no uno diferente para cada uno. Aunque muchos crean que el mundo que ven es el real, ese no es el real. El real es ese mundo que todos pueden medir si usan los instrumentos adecuados.
—Es inútil —dice Atela—, jamás lo vas a sacar de sus cortas ideas, todas ellas totalmente manterialistas, incapaces de tomar en cuenta el mundo espiritual.
—Así es… —dice Donarefo—. A ver, Znarfo, ¿en dónde dejas el alma? ¿Qué pasa cuando la vida se acaba?
—Pues hasta ahora cuando la vida se acaba —afirma Znarfo— lo que pasa es que todo lo que el cerebro tiene acumulado en forma de pensamientos, memorias, conocimiento, experiencias, pues se va cuando deja de funcionar.
—Es que allí estás confundido, Znarfo —dice Atela—.
—Totalmente confundido y terco, Znarfo —secunda Donarefo. Tena solo escucha y ha hecho un gesto de seriedad.
—¿Y eso es todo? —pregunta Donanrefo—. ¿Para eso existimos? ¿Para que al morir quede nada? ¡Qué frustrante!
—Pues yo eso es lo que veo. De eso estoy convencido —afirma Znarfo—. No tengo por qué imaginar algo diferente. El cerebro es maravilloso, en el sentido de que es una formación físico-química que nos permite, no solo conocer el exterior, sino tener consciencia de que existimos, por lo menos durante este breve tiempo que nos pasamos en la forma de seres vivos, conscientes de su existencia. ¿Qué tiene de malo eso?
—No, si eso no tiene nada de malo. Lo que es frustrante es lo que dices que allá termina todo. Además, te repito, estás equivocado; esto que tu llamas pensamientos son el alma —afirma Atela.
—Por fin, a ver, Donanrefo dice que los pensamientos son lo malo, son el ego, son creaciones de la mente —dice Znarfo—. Pero ahora me dices que los pensamientos, ese “yo”, eso que dice, desde dentro de cada uno “yo”, es el alma. Entonces, ¿el alma piensa?
—El alma no necesita pensar. El alma está conectada con el cosmos, con la fuerza central universal; el alma está unida —afirma Donanrefo—. Lo que la separa del cosmos, de la fuerza universal, son los pensamientos, la mente, el cerebro, el ego, las ilusiones.
—Bah, la verdad, cada vez es más difícil entender lo que quieren decir. Mejor me quedo con mi terca postura de que el cerebro es una maravilla físico-química y que es el órgano o sistema que nos permite tener pensamientos, concebir ideas, combinar lo que nos proviene del exterior con lo que nos proviene del interior y así hacer de la vida algo diferente cada día —afirma Znarfo—. Me gusta esta forma de ver las cosas. ¿A ustedes les gusta la otra forma? Pues bien, continúen viendo la realidad así. No hay problema.
—Oye —pregunta Tena, más bien en actitud tímida—, ¿y cuáles son las ventajas de una forma y la otra de concebir la realidad?
—Bueno, pues, tú misma lo has dicho —afirma Donanrefo— cuando afirmas que lo que nos sucede a nuestros cuerpos es solo producto de nuestras mentes. Lo que estás tratando de decir es que nuestras mentes se interponen entre nuestros cuerpos y nuestras almas. Estas, perfectas por ser espirituales, van a alimentar siempre a tu cuerpo con energía positiva, curativa, liberadora. En cambio, tus pensamientos sin la influencia del alma, van a ser pensamientos apegados a la materia y divorciados de la energía universal.
—Ah —dice Tena, sin cambiar su expresión.
—Si entendemos que estamos conectados a la energía universal —interviene Atela— nos vamos a dar cuenta de que si dejamos que nuestras almas conduzcan nuestras vidas, pasaremos un tiempo mucho más en paz y armonía que cuando dejamos que nuestras mentes, pensamientos de desperdicio y el ego sean los que nos empujen en la vida.
—Ah —vuelve a decir Tena, sin cambiar de expresión.
Znarfo observa, en silencio.
—Bah, ya se calló el merolico —dice Donanrefo.
Znarfo sonríe, en tanto continúa navegando por páginas en Internet.
Comentarios